viernes, mayo 15, 2015

LA OBRA CARCELARIA DEL PADRE LAHOZ

Iglesia Mercedaria. Plaza Castilla

Por A. R. A.
Que el P. Lahoz era hombre inasequible al desaliento podrían testificarlo la legión de personas que le conocieron y trataron; pero esta condición se puso a mayor prueba para conseguir aquel su ideal, que culminó en la constitución de la “Pía Unión Pro-Presos de Ntra. Sra. de la Merced”, en la Diócesis barcelonesa. Gestionando y consiguiendo posteriormente, su reconocimiento por parte del Ministerio de Justicia.
Ciertamente que, constituida la Entidad, y habida cuenta del medio ambiente de aquella época fundacional de los años cuarenta, se le preguntaba al Padre, en alguna Asamblea, si “aquello” podría considerarse -y hasta tildarse- de “Socorro rojo”. Había que ver a nuestro Padre puntualizando y desfaciendo entuertos: (recordando) los Evangelios, las Bienaventuranzas, etcétera (“...estuve preso y no me viniste a visitar...”). Para él, el “preso” (¡y más aún su familia, que, con ello venía a pagar “culpa ajena”!) no era sólo el hombre pensante, o delincuente. (consecuencia, muchas veces, de circunstancias un tanto “inexplicables o fortuitas”), sino “el hombre doliente o sufriente” que en ponderada ortodoxia cristiana, resulta más hermano, por precisar más ayuda. Y por muchas que sean las deducciones o conclusiones y abultados los fracasos -añadía- un acto de espontánea y sincera caridad, puede llevar implícito el germen de una liberación.
No ha mucho llegó al que esto escribe la anécdota de que, los gitanos decían que “el Padre Lahoz no es payo”; que le consideraban como “uno de los suyos”. Comentándolo con otro Padre me refería que, efectivamente: en cierta ocasión el P. Lahoz, había conocido y tratado, en la cárcel, a un gitano, cuya regeneración (una vez cumplida la pena) sería muy factible con la adquisición de ¡un borrico! Y algún apero para ganarse la vida. El P. Lahoz, efectivamente, le compró el borrico, y sucedió lo previsible. Al parecer, esta y tantas otras anécdotas circularían entre los gitanos, que hizo cundiera entre ellos, con respecto al Padre, tal “paisanía”.
Ciertamente podríamos aportar como un interminable rosario de anécdotas, a cual más estimulante, que nos irían, más y mejor, perfilando el apostolado carcelario de nuestro Padre. Una circunstancia fortuita permitió, empero, al que esto escribe, conocer una, en las postrimerías de su Capellanía, que puede, sin duda, ser el mejor y más digno colofón a cuanto decimos y silenciamos.
Terminaban de jubilar al Padre en su capellanía. Cierto día, en nuestros frecuentes coloquios, me hablaba de un trabajo sobre “La Madre” que estaba escribiendo. Paseábamos por la acera, cabe el Convento y en aquel momento se le acercó “un amigo” (¡uno de sus pobres!).
Mira -me dijo- mientras hablamos un poco con este amigo, sube por favor a mi celda, abres el cajón de mi mesa, y encontrarás unas cuartillas sobre “eso”. Bajámelas; leeremos algún párrafo. A ver que te parece...”
Así lo hice, abriendo el cajón central de su mesa, y buscando, encontré una hoja, escrita a máquina, con una destacada acotación de “Juan Ramón Jiménez”, que llamó mi atención, y seguido de algo que -enseguida me fue dado comprobar- se refería, añoradamente a nuestro Padre. Hurgando, luego, en un segundo cajón encontré las cuartillas indicadas por él. Algo, muy insistente, me acuciaba a “no desaprovechar aquella oportunidad”, pensando (¡esta es la verdad!) en la posteridad del P. Lahoz, a quien bajé dichas cuartillas...
-Aquella sublime página, que he guardado como oro en paño, y que, ahora, sin temor a la menor indiscreción, me permito transcribir literalmente:
“Este es nuestro viejo cura: a simple vista, un curilla como los demás. Hoy, después de un tiempo de convivir -a ratillos esporádicos- junto a él, sabemos que ahora vino tan a pelo el refrán aquel de “que el hábito no hace al monje”. El, tal como todos le vemos, con su paso de nervio brioso; sus botazas enormes; su blanco -unas veces, otras no- hábito Mercedario; su cazurronería haciendo gala al lugarejo donde le vio nacer; pero sobre todo su bondad innata, pareja solo a su sabiduría, nos hace ver que no es un curilla, es...es algo más que eso: ¡es nuestro cura!
Hoy alborea un nuevo día para ti, viejo amigo. Tu fuiste unas veces con tus chirigotas, otras -las más- con tu palabra de léxico maravilloso, quien quitó penas y preocupaciones de nuestro espíritu y mente. Atrás quedarán nuestras charlas -las tuyas con nosotros, nosotros escuchando-. Atrás quedan tus “mañicas”, cantadas con voz de cascajo viejo pero llenas de dulzura, para alegrarnos a nosotros, tus amigos. Atrás quedan aquellas discusiones -que si esto está mal y lo otro también-. Tú, discutiéndonos, nosotros, ¡pobrecillos!...tratando de replicarte. Atrás en fin, queda todo, todo lo bueno y dulce que en este lugar había para nosotros.
No te diremos adiós, viejo amigo. ¡Hasta luego! Hasta luego queda mucho mejor. Adios... ¡está tan lejano!, tan lejano como próxima es nuestra añoranza por tu ausencia.
Aquí nos quedamos, tu lo sabes. En este pequeño mundo donde nos habrán quitado la sal que condimentaba nuestra ya triste existencia.
Hasta luego, Padre Lahoz, tus hijos, tus amigos, no se atreven a hacerte homenajes ni fiestas de despedida. Sólo esto: ¡Hasta luego!
Fuente: Bienvenido Lahoz Lainez. Una vida-una vocación-un mensaje. Autor del reportaje: A. R. A.

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