Por Stanley G. Payne
Franco, que había sido
criticado con frecuencia por su indecisión, preparó una ofensiva
decisiva en la zona centro para los últimos días del año. Se
trataba de una nueva variante de la abortada ofensiva de Guadalajara
que había llegado a un punto muerto en marzo, que tenía por objeto
flanquear Madrid por el Noreste y obligar a la ciudad a rendirse. Si
la operación tenía éxito, podrían aniquilarse las fuerzas
republicanas del centro y quizá acelerar el fin de la guerra . Para
la operación se dedicaron tres de los seis nuevos cuerpos del
Ejército, que fueron concentrados al noreste de Madrid en diciembre,
y que tenían que iniciar la ofensiva hacia el día 18.
Sin embargo, pronto el
plan fue conocido por el mando republicano, que inmediatamente llegó
a la conclusión de que no debía permitirse el lujo de dejar la
iniciativa en manos del enemigo, preparándose así una ofensiva
preventiva en el extremo oriental del frente, donde éste formaba un
agudo saliente alrededor de Teruel, ciudad que se hallaba en manos
nacionales desde el comienzo de la guerra. La operación sería
efectuada por el Ejército de Levante, formado recientemente, mandado
por el general Hernández Saravia, y que disponía de unos 100.000
hombres. Se eligió Teruel como objetivo principal debido a su
ubicación y a que se pensaba que sus defensas eran débiles, como
era en realidad en este caso y en otros muchos puntos de la líneas
nacionales.
La ofensiva se inició el
15 de diciembre de 1937, pocos días antes de la planeada por Franco
más hacia el oeste. Unos 40.000 soldados republicanos, encabezados
por la XI División de Lister, fueron al ataque, que gozó de plena
sorpresa estratégica e incluso táctica, como había sucedido, en
cierta medida, con las ofensivas republicanas anteriores de Brunete y
Belchite. En la primera parte de la batalla, los atacantes se
hicieron con todo el saliente hasta 10 kilómetros al oeste de
Teruel, y sobre la marcha comenzaron a cercar la ciudad.
Franco se encontró
frente a un penoso dilema. No sólo los nacionales habían sido
sorprendidos de nuevo, sino que iban a perder rápidamente una
capital de provincia por primera vez a menos que reconsiderase
completamente toda su estrategia.. Los consejeros alemanes e
italianos presionaron a Franco, no para que renunciase, sino
simplemente para que se retirase a una línea más fácilmente
defendible en Aragón, de modo que las tropas nacionales pudieran
llevar a cabo la ofensiva proyectada. Sin embargo en la zona
nacional, los consejeros extranjeros y los enlaces militares eran
simplemente eso, consejeros y enlaces, y carecían de la a veces
predominante influencia de los funcionarios soviéticos en el bando
republicano. Aunque envió rápidamente refuerzos en dirección a
Teruel, Franco retrasó cualquier decisión final durante algunos
días para, finalmente, acabar suprimiendo la ofensiva sobre
Guadalajara. El generalísimo seguía siendo muy sensible a los
factores de prestigio político y psicológico, por lo que consideró
peligroso conceder a los republicanos el premio de una capital de
provincia y una victoria estratégica limitada. La decisión de
Franco de cancelar la operación sobre Guadalajara y de lanzarse a
una contraofensiva en gran escala en Teruel fue recibida con
irritación en Roma y en Berlín, como Ciano anotó en su diario el
20 de diciembre: “Nuestros mandos [los italianos] están inquietos,
como es lógico. Franco carece de una concepción sintética de la
guerra. Sus operaciones son las de un magnífico comandante de
batallón. Su objetivo es siempre el terreno. Nunca el enemigo. Y no
se da cuenta que se gana la guerra destruyendo al adversario”.
También algunos de los subordinados de Franco se mostraron molestos
por la decisión, y durante la contraofensiva parece ser que se les
oyó decir que “para estas horas podíamos haber estado en Madrid”.
Las primeras fases de la
contraofensiva fueron llevadas a cabo por los dos cuerpos del
ejército de Galicia y Castilla, mandados por los generales Aranda y
Varela, respectivamente. El primero fue dejado en reserva detrás del
frente de Aragón, en tanto que el segundo debía haber formado el
ala izquierda de las tropas nacionales durante la ahora abortada
ofensiva nacional. Estas unidades incluían las ya fogueadas brigadas
navarras, apoyadas por casi toda la Legión Cóndor. Los primeros
contraataques nacionales se iniciaron el 22 de diciembre , pero la
mayor parte de la semana siguiente se dedicó a reforzar a las tropas
y a la artillería, ante la fase principal de la batalla, que
comenzaría el 29 del mismo mes.
El asalto, que se produjo
a lo largo de los 10 kilómetros de frente que habían sido
conquistados por los republicanos al oeste de la ciudad, fue la
ofensiva aislada más intensa de las llevadas a cabo por Franco hasta
esas fechas. Antes del anochecer, los nacionales habían podido
avanzar, de media, unos dos kilómetros, y al día siguiente, Varela
y su cuerpo de ejército de Castilla consiguieron avanzar más
rápidamente a través del sector sur de lo que había sido el
saliente. A primeras horas de la tarde del día 31 habían alcazado
combatiendo la Muela de Teruel, la altura que domina la ciudad por su
lado occidental, y un batallón pudo alcanzar incluso algunos puntos
de la parte más occidental del propio Teruel. De pronto, el tiempo
cambió drásticamente, y durante las noches siguiente, la
temperatura descendió hasta los 18-20 grados bajo cero. El material
mecanizado dejó de funcionar adecuadamente. Tras esto hubo cuatro
días de ventisca, que dificultó los transportes por las líneas de
comunicación y dejó a ambos bandos sin suministros vitales. En
general, el mal tiempo continuó, y los problemas logísticos
obligaron a aplazar la contraofensiva durante más de dos semanas.
Mientras tanto, las
calles de Teruel se habían convertido en la evidencia de la última
de las principales resistencias numantinas por parte de las fuerzas
nacionales. Sus defensores habían sido reducidos a un exiguo
perímetro lleno de escombros, y al final, su comandante , el coronel
Rey d´Harcourt, se rindió el 8 de enero, después de que sus
fuerzas hubieran sufrido más del 75% de bajas. Pese a haber
resistido de esta manera Rey d´Harcourt, en un primer momento, fue
considerado casi un traidor por numerosos nacionales por rendir la
plaza en vez de haber continuado combatiendo hasta que no hubiese
quedado ningún soldado. Un pequeño grupo de unos 300 soldados,
entre los que había también algunos turolenses, consiguió abrirse
camino hasta las líneas nacionales.
En cuanto el tiempo hubo
mejorado y se hubo procedido a un reforzamiento de los efectivos, se
reanudó la contraofensiva nacional, que se desarrolló en tres
fases, de cinco semanas de duración total. El cuerpo de ejército de
Galicia, mandado por Aranda, ocupó unos 20 kilómetros cuadrados de
terreno elevado al noroeste de Teruel, entre los días 17 y 19 de
enero. Posteriormente, Franco decidió iniciar la acción principal
el día 25, pero una vez más hubo de revisar sus planes a causa de
los ataques republicanos en el norte del sector principal, que se
desencadenaron ese mismo día y duraron hasta el 29. Esto llevó al
generalísimo a trasladar más al norte el punto elegido para la
contraofensiva, combatiéndose la llamada batalla de Alfambra del 5
al 7 de febrero, durante la cual se tomó y ocupó establemente un
buen trozo de territorio republicano al oeste del río Alfambra.
El ataque final contra
Teruel comenzó el 17 de febrero. Las reservas y la moral republicana
estaban casi agotadas; el mes anterior habían sido ejecutados 50
hombres de la XL División republicana por insubordinación. El 20 de
febrero, los nacionales completaron el cerco de Teruel, y Hernández
Saravia ordenó la evacuación. Así pues, la ofensiva republicana
había terminado en derrota total. En el curso de la batalla, los
nacionales habían dispuesto de una leve ventaja de material -de
cinco a cuatro en número de aviones, por ejemplo-, y sus pérdidas
habían sido altas para las medias de la guerra, con más de 1.400
muertos en la contraofensiva, más casi todos los 9.000 defensores
primitivos de Teruel y su saliente, un número indeterminado de los
cuales resultó muerto y el resto capturado. Los republicanos no
tuvieron seguramente bajas más elevadas, pero sufrieron la pérdida
de 22.000 prisioneros pertenecientes a alguna de sus mejores
unidades. Después de las graves pérdidas de 1937, las de esta
batalla, unidas a la disminución del material, amenazaron con
debilitar al Ejército Popular de manera irreversible.
Fuente: La Guerra de
España El País. Autor del reportaje: Stanley G. Payne