viernes, febrero 17, 2017

LA BATALLA DE TERUEL


Por Stanley G. Payne
Franco, que había sido criticado con frecuencia por su indecisión, preparó una ofensiva decisiva en la zona centro para los últimos días del año. Se trataba de una nueva variante de la abortada ofensiva de Guadalajara que había llegado a un punto muerto en marzo, que tenía por objeto flanquear Madrid por el Noreste y obligar a la ciudad a rendirse. Si la operación tenía éxito, podrían aniquilarse las fuerzas republicanas del centro y quizá acelerar el fin de la guerra . Para la operación se dedicaron tres de los seis nuevos cuerpos del Ejército, que fueron concentrados al noreste de Madrid en diciembre, y que tenían que iniciar la ofensiva hacia el día 18.
Sin embargo, pronto el plan fue conocido por el mando republicano, que inmediatamente llegó a la conclusión de que no debía permitirse el lujo de dejar la iniciativa en manos del enemigo, preparándose así una ofensiva preventiva en el extremo oriental del frente, donde éste formaba un agudo saliente alrededor de Teruel, ciudad que se hallaba en manos nacionales desde el comienzo de la guerra. La operación sería efectuada por el Ejército de Levante, formado recientemente, mandado por el general Hernández Saravia, y que disponía de unos 100.000 hombres. Se eligió Teruel como objetivo principal debido a su ubicación y a que se pensaba que sus defensas eran débiles, como era en realidad en este caso y en otros muchos puntos de la líneas nacionales.
La ofensiva se inició el 15 de diciembre de 1937, pocos días antes de la planeada por Franco más hacia el oeste. Unos 40.000 soldados republicanos, encabezados por la XI División de Lister, fueron al ataque, que gozó de plena sorpresa estratégica e incluso táctica, como había sucedido, en cierta medida, con las ofensivas republicanas anteriores de Brunete y Belchite. En la primera parte de la batalla, los atacantes se hicieron con todo el saliente hasta 10 kilómetros al oeste de Teruel, y sobre la marcha comenzaron a cercar la ciudad.
Franco se encontró frente a un penoso dilema. No sólo los nacionales habían sido sorprendidos de nuevo, sino que iban a perder rápidamente una capital de provincia por primera vez a menos que reconsiderase completamente toda su estrategia.. Los consejeros alemanes e italianos presionaron a Franco, no para que renunciase, sino simplemente para que se retirase a una línea más fácilmente defendible en Aragón, de modo que las tropas nacionales pudieran llevar a cabo la ofensiva proyectada. Sin embargo en la zona nacional, los consejeros extranjeros y los enlaces militares eran simplemente eso, consejeros y enlaces, y carecían de la a veces predominante influencia de los funcionarios soviéticos en el bando republicano. Aunque envió rápidamente refuerzos en dirección a Teruel, Franco retrasó cualquier decisión final durante algunos días para, finalmente, acabar suprimiendo la ofensiva sobre Guadalajara. El generalísimo seguía siendo muy sensible a los factores de prestigio político y psicológico, por lo que consideró peligroso conceder a los republicanos el premio de una capital de provincia y una victoria estratégica limitada. La decisión de Franco de cancelar la operación sobre Guadalajara y de lanzarse a una contraofensiva en gran escala en Teruel fue recibida con irritación en Roma y en Berlín, como Ciano anotó en su diario el 20 de diciembre: “Nuestros mandos [los italianos] están inquietos, como es lógico. Franco carece de una concepción sintética de la guerra. Sus operaciones son las de un magnífico comandante de batallón. Su objetivo es siempre el terreno. Nunca el enemigo. Y no se da cuenta que se gana la guerra destruyendo al adversario”. También algunos de los subordinados de Franco se mostraron molestos por la decisión, y durante la contraofensiva parece ser que se les oyó decir que “para estas horas podíamos haber estado en Madrid”.
Las primeras fases de la contraofensiva fueron llevadas a cabo por los dos cuerpos del ejército de Galicia y Castilla, mandados por los generales Aranda y Varela, respectivamente. El primero fue dejado en reserva detrás del frente de Aragón, en tanto que el segundo debía haber formado el ala izquierda de las tropas nacionales durante la ahora abortada ofensiva nacional. Estas unidades incluían las ya fogueadas brigadas navarras, apoyadas por casi toda la Legión Cóndor. Los primeros contraataques nacionales se iniciaron el 22 de diciembre , pero la mayor parte de la semana siguiente se dedicó a reforzar a las tropas y a la artillería, ante la fase principal de la batalla, que comenzaría el 29 del mismo mes.
El asalto, que se produjo a lo largo de los 10 kilómetros de frente que habían sido conquistados por los republicanos al oeste de la ciudad, fue la ofensiva aislada más intensa de las llevadas a cabo por Franco hasta esas fechas. Antes del anochecer, los nacionales habían podido avanzar, de media, unos dos kilómetros, y al día siguiente, Varela y su cuerpo de ejército de Castilla consiguieron avanzar más rápidamente a través del sector sur de lo que había sido el saliente. A primeras horas de la tarde del día 31 habían alcazado combatiendo la Muela de Teruel, la altura que domina la ciudad por su lado occidental, y un batallón pudo alcanzar incluso algunos puntos de la parte más occidental del propio Teruel. De pronto, el tiempo cambió drásticamente, y durante las noches siguiente, la temperatura descendió hasta los 18-20 grados bajo cero. El material mecanizado dejó de funcionar adecuadamente. Tras esto hubo cuatro días de ventisca, que dificultó los transportes por las líneas de comunicación y dejó a ambos bandos sin suministros vitales. En general, el mal tiempo continuó, y los problemas logísticos obligaron a aplazar la contraofensiva durante más de dos semanas.
Mientras tanto, las calles de Teruel se habían convertido en la evidencia de la última de las principales resistencias numantinas por parte de las fuerzas nacionales. Sus defensores habían sido reducidos a un exiguo perímetro lleno de escombros, y al final, su comandante , el coronel Rey d´Harcourt, se rindió el 8 de enero, después de que sus fuerzas hubieran sufrido más del 75% de bajas. Pese a haber resistido de esta manera Rey d´Harcourt, en un primer momento, fue considerado casi un traidor por numerosos nacionales por rendir la plaza en vez de haber continuado combatiendo hasta que no hubiese quedado ningún soldado. Un pequeño grupo de unos 300 soldados, entre los que había también algunos turolenses, consiguió abrirse camino hasta las líneas nacionales.
En cuanto el tiempo hubo mejorado y se hubo procedido a un reforzamiento de los efectivos, se reanudó la contraofensiva nacional, que se desarrolló en tres fases, de cinco semanas de duración total. El cuerpo de ejército de Galicia, mandado por Aranda, ocupó unos 20 kilómetros cuadrados de terreno elevado al noroeste de Teruel, entre los días 17 y 19 de enero. Posteriormente, Franco decidió iniciar la acción principal el día 25, pero una vez más hubo de revisar sus planes a causa de los ataques republicanos en el norte del sector principal, que se desencadenaron ese mismo día y duraron hasta el 29. Esto llevó al generalísimo a trasladar más al norte el punto elegido para la contraofensiva, combatiéndose la llamada batalla de Alfambra del 5 al 7 de febrero, durante la cual se tomó y ocupó establemente un buen trozo de territorio republicano al oeste del río Alfambra.

El ataque final contra Teruel comenzó el 17 de febrero. Las reservas y la moral republicana estaban casi agotadas; el mes anterior habían sido ejecutados 50 hombres de la XL División republicana por insubordinación. El 20 de febrero, los nacionales completaron el cerco de Teruel, y Hernández Saravia ordenó la evacuación. Así pues, la ofensiva republicana había terminado en derrota total. En el curso de la batalla, los nacionales habían dispuesto de una leve ventaja de material -de cinco a cuatro en número de aviones, por ejemplo-, y sus pérdidas habían sido altas para las medias de la guerra, con más de 1.400 muertos en la contraofensiva, más casi todos los 9.000 defensores primitivos de Teruel y su saliente, un número indeterminado de los cuales resultó muerto y el resto capturado. Los republicanos no tuvieron seguramente bajas más elevadas, pero sufrieron la pérdida de 22.000 prisioneros pertenecientes a alguna de sus mejores unidades. Después de las graves pérdidas de 1937, las de esta batalla, unidas a la disminución del material, amenazaron con debilitar al Ejército Popular de manera irreversible.
Fuente: La Guerra de España El País. Autor del reportaje: Stanley G. Payne