Iglesia Mercedaria. Plaza Castilla |
Por A. R. A.
Que el P. Lahoz era
hombre inasequible al desaliento podrían testificarlo la legión de
personas que le conocieron y trataron; pero esta condición se puso a
mayor prueba para conseguir aquel su ideal, que culminó en la
constitución de la “Pía Unión Pro-Presos de Ntra. Sra. de la
Merced”, en la Diócesis barcelonesa. Gestionando y consiguiendo
posteriormente, su reconocimiento por parte del Ministerio de
Justicia.
Ciertamente que,
constituida la Entidad, y habida cuenta del medio ambiente de aquella
época fundacional de los años cuarenta, se le preguntaba al Padre,
en alguna Asamblea, si “aquello” podría considerarse -y hasta
tildarse- de “Socorro
rojo”. Había que ver a nuestro Padre puntualizando y desfaciendo
entuertos: (recordando) los Evangelios, las Bienaventuranzas,
etcétera (“...estuve preso y no me viniste a visitar...”). Para
él, el “preso” (¡y más aún su familia, que, con ello venía a
pagar “culpa ajena”!) no era sólo el
hombre pensante, o delincuente. (consecuencia, muchas veces, de
circunstancias un tanto “inexplicables o fortuitas”), sino “el
hombre doliente o sufriente” que en ponderada ortodoxia cristiana,
resulta más hermano,
por precisar más
ayuda. Y por muchas que sean las deducciones o conclusiones y
abultados los fracasos -añadía- un acto de espontánea y sincera
caridad, puede llevar implícito el germen
de una liberación.
No
ha mucho llegó al que esto escribe la anécdota de que, los gitanos
decían que “el Padre Lahoz no es payo”;
que le consideraban como “uno de los suyos”. Comentándolo con
otro Padre me refería que, efectivamente: en cierta ocasión el P.
Lahoz, había conocido y tratado, en la cárcel, a un gitano, cuya
regeneración (una vez cumplida la pena) sería muy factible con la
adquisición de ¡un borrico! Y algún apero para ganarse la vida. El
P. Lahoz, efectivamente, le compró el borrico, y sucedió lo
previsible. Al parecer, esta y tantas otras anécdotas circularían
entre los gitanos, que hizo cundiera entre ellos, con respecto al
Padre, tal “paisanía”.
Ciertamente
podríamos aportar como un interminable rosario de anécdotas, a cual
más estimulante, que nos irían, más y mejor, perfilando
el apostolado carcelario de nuestro Padre. Una circunstancia fortuita
permitió, empero, al que esto escribe, conocer una, en las
postrimerías de su Capellanía, que puede, sin duda, ser el mejor y
más digno colofón a cuanto decimos y silenciamos.
Terminaban
de jubilar al Padre en su capellanía. Cierto día, en nuestros
frecuentes coloquios, me hablaba de un trabajo sobre “La Madre”
que estaba escribiendo. Paseábamos por la acera, cabe el Convento y
en aquel momento se le acercó “un amigo” (¡uno de sus pobres!).
Mira
-me dijo- mientras hablamos un poco con este amigo, sube por favor a
mi celda, abres el cajón de mi mesa, y encontrarás unas cuartillas
sobre “eso”. Bajámelas; leeremos algún párrafo. A ver que te
parece...”
Así
lo hice, abriendo el cajón central de su mesa, y buscando, encontré
una hoja, escrita a
máquina, con una destacada acotación de
“Juan Ramón Jiménez”, que llamó mi atención, y seguido de
algo que -enseguida
me fue dado comprobar- se refería, añoradamente
a nuestro Padre. Hurgando, luego, en un segundo cajón encontré las
cuartillas indicadas por él. Algo, muy insistente, me acuciaba a “no
desaprovechar aquella oportunidad”, pensando (¡esta es la verdad!)
en la posteridad del
P. Lahoz, a quien bajé dichas cuartillas...
-Aquella
sublime página, que he guardado como oro en paño, y que, ahora, sin
temor a la menor indiscreción, me
permito transcribir literalmente:
“Este es nuestro
viejo cura: a simple vista, un curilla como los demás. Hoy, después
de un tiempo de convivir -a ratillos esporádicos- junto a él,
sabemos que ahora vino tan a pelo el refrán aquel de “que el
hábito no hace al monje”. El, tal como todos le vemos, con su paso
de nervio brioso; sus botazas enormes; su blanco -unas veces, otras
no- hábito Mercedario; su cazurronería haciendo gala al lugarejo
donde le vio nacer; pero sobre todo su bondad innata, pareja solo a
su sabiduría, nos hace ver que no es un curilla, es...es algo más
que eso: ¡es nuestro cura!
Hoy alborea un
nuevo día para ti, viejo amigo. Tu fuiste unas veces con tus
chirigotas, otras -las más- con tu palabra de léxico maravilloso,
quien quitó penas y preocupaciones de nuestro espíritu y mente.
Atrás quedarán nuestras charlas -las tuyas con nosotros, nosotros
escuchando-. Atrás quedan tus “mañicas”, cantadas con voz de
cascajo viejo pero llenas de dulzura, para alegrarnos a nosotros, tus
amigos. Atrás quedan aquellas discusiones -que si esto está mal y
lo otro también-. Tú, discutiéndonos, nosotros,
¡pobrecillos!...tratando de replicarte. Atrás en fin, queda todo,
todo lo bueno y dulce que en este lugar había para nosotros.
No te diremos
adiós, viejo amigo. ¡Hasta luego! Hasta luego queda mucho mejor.
Adios... ¡está tan lejano!, tan lejano como próxima es nuestra
añoranza por tu ausencia.
Aquí nos
quedamos, tu lo sabes. En este pequeño mundo donde nos habrán
quitado la sal que condimentaba nuestra ya triste existencia.
Hasta luego, Padre
Lahoz, tus hijos, tus amigos, no se atreven a hacerte homenajes ni
fiestas de despedida. Sólo esto: ¡Hasta luego!
Fuente: Bienvenido Lahoz Lainez. Una vida-una vocación-un mensaje.
Autor del reportaje: A. R. A.
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