LA 1ª GUERRA CARLISTA (1833-40) EN
ARAGÓN
Esta zona de Aliaga había
quedado reservada por lo visto para O´donell, que salía de Teruel
el 3-IV-1840 a establecer su cuartel general en Campos, a una legua
de la plaza de Aliaga. Las lluvias temporales de aquellos días
retrasaron la llegada de la artillería hasta el 11.
Aliaga, como
perteneciente a los caballeros de S. Juan estaba muy bien conservada
en sus 3 recintos antiguos, añadiéndose obras nuevas, que habían
puesto a punto una de las mejores plazas. Componían el fuerte: la 1ª
defensa, una muralla gruesa con 12 tambores circulares y 1 cuadrado
que cruzaba los fuegos; la 2ª la formaban otra muralla con torres
cuadradas, que se comunicaban; y por fin la 3ª defensa era el
castillo de dos fuertes torres que se levantaban sobre roca para
dominar su recinto, los patios delanteros.
Era inaccesible por las
rocas que lo rodeaban, menos al N. que cerraba el paso un ancho foso.
Lo defendían 400 hombres
bajo el bravo jefe Fco Mucarulla. Malas noticias llegan, descalabros
carlistas en su alrededor. Pero el honor y amor a su causa les hará
batirse fieramente tres días.
O´donell, una vez
montada la artillería, la mañana del 13 ordenó el fuego, que duró
hasta medio día, derribando las defensas de los primeros recintos
aquella tarde, con el sordo y atronador cañoneo, que duró hasta la
noche.
El día 14 siguió
la destrucción de aquellas murallas. Cuando al llegar O´donell
intimó la rendición, contestando los bravos carlistas: “victoria
o muerte”. Siguió redoblado el fuego. Una batería de obuses de
montaña, a caballo de las peñas de la Ombría, arruinó más y más
aquellas defensas y batía un torreón cuadrado del extremo derecho
del fuerte atacado.
Noche
dantesca, no por el
fuego de la batería, sino por olor pestilencial de las pieles de las
reses, con que se habían alimentado, que servían para abrigar a los
heridos. Metidos estos en subterráneos, sin ventilación, hubo que
dormir (si fuera posible), los vivos junto a los muertos y a los
heridos. Gemidos desgarradores pidiendo confesión, te helaban el
corazón. No puede dejarse morir sin capellán, a quien le enseñaron
las llamas del infierno.
Día 15.-Encerrados
ya en el último reducto del castillo, el fuego de las baterías
hacía caer trozos del de las torres, mientras facilitaba el acceso
por los patios. Es el momento de los minadores e ingenieros. Bajo la
lluvia de balas, granadas y piedras de las torres, a sus pies avanzan
los minadores con su bravo capitán Clavijo, que intenta abrir una
mina. Pese a cubrirles la artillería, que no cesa de vomitar
metralla sobre los sitiados, éstos desafiando las balas y
proyectiles, a pecho descubierto, de tal forma asan a balazos a los
minadores, que se ven obligados a retirarse ante la heroica muerte de
su jefe Clavijo y 4 compañeros y otros heridos con el Tn. Espinosa.
Tal era la desesperada defensa que inutilizó los esfuerzos del Ten.
Cor. de ingenieros Ubiña, que trataba de proteger con más fuerzas
los trabajos de su arma.
Situación
crítica e insostenible la de los carlistas: Uno, alcanzado por un
proyectil, caía en el vacío; cuadros espantosos, de los que caían
entre escombros con penetrantes gritos de dolor y de rabia. Las bajas
iban in crescendo. Al bajar los heridos al sótano, este moribundo te
pide: “Cura”. Otro llamándole por su nombre “un poco de agua”.
Ayes profundos, maldiciones, desesperación.
Sentimientos
humanos vencen al titán que llevan dentro y algunos en un momento de
debilidad como aterrados, gritan: “Cuartel, cuartel, mi comandante,
parlamento antes que seamos todos víctimas”.
De
pronto el bizarro Macarulla reprende y quiere imponer la disciplina
con su sable. La tropa se suma a éstos antes que obedecer a su jefe.
Llama
a sus oficiales vivos y todos aconsejan capitular, ante lo inútil de
resistir por si logran se les perdone la vida. Y dice Macarulla:
--Vacilé
un momento, porque me parecía imposible que sucumbir; pero tanto me
suplicaron que mandé tocar parlamento”. Quedaban 100 hombres
disponibles.
Enmudecieron
todas las baterías. Imposibilitado el jefe ordenó saliera el Mayor
de la plaza. Era el 16 de abril.
O´donell
airado no lo escuchó, exigiendo al Jefe. Apoyado por dos oficiales
se presentó Macarulla, al que increpó su tozudez y terquedad, que
había provocado más sangre. Contestó secamente el valiente
comandante “Siento muchísimo no haber podido cumplir con mi deber
y como lo exige el honor militar”. Ante su petición de salir con
todos los honores con su tropa, solo se le prometió la vida y curar
a sus heridos. Sin aceptar, rogó le concedieran un cuarto de hora
para consultar con sus oficiales. Concedida esta gracia, volvió al
castillo, pero la confusión y el desorden de todos le obligó a
sucumbir, y entregarse a la generosidad del vencedor. Que fue eficaz,
garantizando la vida de unos valientes.
BALANCE
Los
defensores sumaron 43 muertos y 67 heridos graves, y con contusiones
que les ponían fuera de combate 190, quedando sólo 100 dispuestos.
Mientras
los cristianos tuvieron cien fuera de combate, entre los heridos
graves el valiente comandante Saavedra, jefe de Estado Mayor. Más de
tres mil proyectiles cayeron sobre las defensas de Aliaga.
Se
encontraron abundantes provisiones de comida y munición, dos cañones
y dos obuses.
O´donell
hizo el reconocimiento del castillo, enarboló en lo más alto la
bandera del regimiento del Rey habló a las fuerzas y vitoreó a la
Reina.
CONSERVACIÓN
DEL CASTILLO DE ALIAGA
Si
Espartero destruyó el castillo de Segura y el de Castellote,
convenía rehacer lo destrozado de este de Aliaga, para mantener en
él dos compañías que garantizaran la seguridad en esta zona,
mientras caía Cantavieja.
O´donell
permaneció con todo su ejército en Aliaga, hasta el fin del mes de
abril, por nuevas y abundantes nieves y lluvias, que imposibilitaba
cualquier operación. Dejó parte de sus fuerzas en Fortanete, y con
el resto avanzó por Camarillas, Aguilar y Monteagudo contra Alcalá
de la Selva, donde se repitió, en valor y estrategia, otra página
gloriosa.
Fuente:
Historia de Aliaga y su comarca. Autor: Pascual Martínez Calvo
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