martes, enero 19, 2010

ROBERT CAPA - EL HOMBRE Y EL MITO


Por Richard Whalen
En diciembre de 1938, fecha en la cual Robert Capa, que por aquel entonces contaba veinticinco años, acababa de pasar dos años haciendo reportajes de las guerras de España y China, la revista británica “Picture Post” publicaba un artículo monográfico de 11 páginas en el que aparecían las fotografías de su última batalla encabezadas por una fotografía del propio Capa, debajo de la cual se leía “El fotógrafo de temas bélicos más grande del mundo: Robert Capa”. La etiqueta hizo fortuna, y Capa -que había hecho reportajes de la II Guerra Mundial, de la Guerra de la Independencia israelí y de la Guerra de Francia contra Indochina- sigue siendo considerado por el común de las gentes un fotógrafo de temas bélicos. Sin embargo cuatro años de investigación para la elaboración de su biografía (publicada por Alfred A. Kanopf, de Nueva York), trabajo que ha comportado entrevistas con más de 150 personas que lo conocieron, así como un estudio concienzudo de todas sus copias de contacto, fotos primitivas e historias seriadas, ha revelado que la obra de Capa no puede catalogarse en términos tan simples.

Fuente: revista Foto Profesional abril de 1986


UN HOMBRE LEGENDARIO 
Por Richard Whalen
Al igual que su obra, el hombre Capa era mucho más complejo de lo que parecía a primera vista. Conocido como “bont vivant” y amigo de artistas y directores de cine, escritores famosos y personas del mundillo del arte -entre los que figuraban Ingrid Bergman, John Huston y Picasso-, Capa creó y cultivó una fachada exterior de persona exhuberante y extrovertida detrás de la cual se escondía una gran tristeza y una inmensa soledad. La vida de Capa estaba marcada por la dualidad -alegría y desesperanza, éxito y lucha, realidad y leyenda-, dualidad que sostuvo una guerra constante en su interior.
Robert Capa era, por naturaleza, un conversador, al que le encantaba deleitar a sus amigos con anécdotas divertidas sobre sus aventuras, desventuras y situaciones peligrosas de las que había escapado por los pelos. Y si añadía o modificaba algunos detalles a fin de conseguir unos efectos cómicos o quizás dramáticos..., ¿qué importaba? Después de todo, ¡es tan absurda la vida! El tenía una intuición que le decía cómo podía haber sido todo. Así pues, ¿por qué limitarse a la mera realidad? Fue así como nacieron muchas de las leyendas sobre Capa, aceptadas hoy como auténticas, leyendas que plantean especiales problemas al biográfo, puesto que la vida de Capa se compone de tantos episodios improbablemente picarescos, pero reales, que a menudo resulta difícil separar la realidad de su vida de los mitos que han ido proliferando a su alrededor.

Fuente: Revista Foto Profesional Nº 40 – abril de 1986


UN SEUDONIMO COMO OPERACIÓN DE MARKETING
Por Richard Whalen


Foto de Robert Capa tomada en Teruel
El mismo nombre de “Robert Capa” es ya una falacia. Su verdadero nombre era Endre (Andrés) Friedmann y había nacido en 1913, en Budapest, donde sus padres tenían un salón de alta costura. El fotógrafo se fabricó el nuevo nombre en París, en la primavera de 1936, cuando sus luchas por el éxito comenzaban a resultarle remuneradoras. Después de varios años de encargos muy esporádicos (las cosas se le habían puesto tan mal a finales de 1935 que llegó a escribir a su madre que estaba buscando trabajo en el cine, “porque he perdido toda esperanza en la fotografía”), tuvo por fin ocasión de trabajar de manera continuada y de hacer dinero suficiente para ir tirando sin necesidad de recurrir a préstamos y artimañas ni a tener que escapar de los sitios donde vivía en plena noche. Pero como seguía sin estar satisfecho de los resultados, él y su novia Gerda Taro, idearon un plan. Según contaría años más tarde (pese a que no todos los detalles resisten el rigor de un atento escrutinio), decidieron inventarse el personaje de un fotógrafo americano rico, famoso....y totalmente imaginario, llamado Robert Capa. Andre, que se hacía pasar por operador de laboratorio de Capa, sería quien haría realmente las fotos que Gerda, que trabajaba para una agencia de fotografía, se encargaría de vender como originales de Capa. Si algún editor quería ver a Capa o entrevistarse con él, ya se encargaría Gerda de inventarse una excusa para evitar el imposible encuentro.
Al principio la treta dio resultado, o por lo menos así lo cuenta la historia. Gerda en su papel del “fabuloso Capa”, sabía convencer a los editores parisinos de que sería insultante para la fama internacional de su cliente que sus fotografías se vendieran por menos de 150 francos cada una, tres veces la tarifa habitual. Los editores pagaban de mil amores las fotografías de “Capa”, las mismas fotografías por las que no habrían pagado ni siquiera 50 francos de haber sabido que eran obra de un emigrado llamado Andre Friedman. Es un hecho, como ya sospechaba Andre, que nada sabe bien si no está por medio la ilusión del éxito.
Fuente: Revista Foto Profesional nº 40 abril de 1986


EL PRECIO DE LA LEYENDA
Por Richard Whalen


Foto de Robert Capa tomada en Teruel
Cuando Andre se propuso hacer reportajes de la Guerra Civil española, empezó presentándose como Capa, apropiándose de ese modo la personalidad y el destino de aquel personaje imaginario. Si la nueva identidad le abría nuevas puertas (no en vano el nombre tenía sonoridades hispánicas), también imponía exigencias, ya que a partir de entonces sus realizaciones (por lo menos a la hora de referirlas) debían estar a la altura de la fama de Robert Capa, cuya identidad había sido urdida en un primer momento. Corrió enormes riesgos en Madrid en ocasión de los bombardeos y en sus incursiones al frente, y las fotografías que había obtenido eran soberbias, pero esto no bastaba. Entendía que sus fotografías debían ir acompañadas de historias de peligros exagerados, por muy buenas que aquellas fueran en sí. En cualquier caso, el taimado Capa estaba convencido de cuanto más pudiera convencer a sus editores de que había puesto en peligro su vida para sacar las fotografías, más obligados se sentirían a pagarle bien. Urdir una leyenda no era solo una manera de entretener a sus amigos, sino también un negocio. La leyenda se pagaba.
Sin embargo esta actitud no influía en nada aquella idea de la cual estaba cada día más convencido de que en la guerra había algo más que acción y aventura. Las fotografías tomadas en Madrid durante los primeros días del sitio dejaban perfectamente aclarado que estaba empezando a comprender que la verdad sobre la guerra no estaba solamente en el calor de la batalla, en la fachada oficial, sino también al margen de los acontecimientos, en los rostros de los soldados que soportaban el frió, la fatiga y el aburrimiento detrás de las trincheras, o de la población civil, castigada por el miedo, el sufrimiento y la muerte. Pese a que Capa ha sido clasificado básicamente como un fotógrafo de temas bélicos, en realidad fue, a lo largo de toda su carrera, fotógrafo sobre todo de seres humanos, y muchas de sus fotografías de guerra (incluso las tomadas en el fragor de la batalla) no son tanto crónicas de acontecimientos como estudios extremadamente comprensivos y compasivos de personas sometidas a condiciones extremas de tensión. Como escribía John Hersey en 1947, es muy cierto que “por encima de todo -que es lo que muestran sus fotografías-, Capa, que tantas energías había gastado en fraguar invenciones en torno a su propia persona, sentía una simpatía profunda y humana por los hombres y las mujeres que son prisioneros de la realidad”
Fuente: Revista Foto Profesional nº 40 abril de 1986

 LA ESPOSA MUERTA
Por Richard Whalen


Gerda Taro y Robert Capa
Capa enseñó a Gerda Taro a usar la cámara y durante buena parte del primer año de la Guerra Civil española trabajaron como colaboradores, primero publicando su obra conjunta bajo el nombre de “Capa”, después con sus nombres unidos por un guión y, finalmente, publicando cada uno por separado sus propios reportajes. Al morir Taro, aplastada por un tanque republicano fuera de control, en la batalla de Brunete, en julio de 1937. Capa se sintió desolado por aquella desgracia. Parece que en algún momento de aquella primavera había pedido a Gerda que se casara con él y que ella lo había rechazado (a lo que se ve, a medida que la independencia profesional y el prestigio de la joven iban en aumento, crecía también su independencia emocional) pese a todo, Capa seguía profundamente enamorado de ella y, de hecho, se convirtió en su esposa muerta. En efecto, después de muerta, nada impidió que Capa pudiera decir a la gente que estaban casados, y es indudable que él se sentía tan unido a ella como si lo hubieran estado realmente.
Muchas de las cosas que había visto y vivido ese joven de veintitrés años le habían enseñado que era demasiado peligroso estar demasiado apegado a las cosas o a las personas, puesto que suponía un riesgo de terribles dolores. Su exilio de Hungría por actividades izquierdistas a los 17 años lo había separado de su familia. Tanto en Berlín (de donde había tenido que salir al acceder Hitler al poder) como en París aprendió todavía más cosas acerca de la temporalidad y la muerte. En España por otra parte, también tuvo que ser testigo de toda suerte de calamidades.

FUENTE: REVISTA FOTO PROFESIONAL Nº 40 ABRIL DE 1986